La actitud con la que enfrentamos todo lo que nos acontece, es lo que define el tipo de persona que somos y la calidad de vida a la que aspiramos.
Todos los seres humanos estamos expuestos a pasar por diversas situaciones que pueden ser desagradables o inesperadas y que tenderán a poner a prueba en muchos sentidos, nuestra paciencia, tolerancia, capacidad de adaptación, comprensión, aceptación y la habilidad para resolver de forma más eficiente y eficaz lo que nos aqueja.
El repertorio de experiencias que vamos acumulando, dependen del enfoque que en su momento decidamos darle, es por ese motivo que lo que nos ocurre no nos define, sino la forma de afrontarlo, o como reaccionamos ante la diversidad de situaciones inesperadas. Vivir representa estar de frente a múltiples pruebas, la forma en que decidimos enfrentar cada acontecimiento determinará como nos moldean los desafíos de la vida. Si nos centramos en el problema, tendemos a quedar varados, con sentimientos de impotencia, culpa y vacío, ya que es una circunstancia que no está bajo nuestro control. Al centrarnos en la solución, podemos concentrarnos en tener pensamientos positivos, visualizar salidas y aceptar que lo que nos pasa es solo una situación temporal.
La adversidad es algo que todos los seres vivos experimentamos de una u otra manera, es imposible evitarlo. Torturarse por las cosas desagradables que no nos permite salir de los problemas, al contrario, malgastamos la propia energía personal en quejas, lamentos y una inútil entrega al drama, generando así una carga más pesada que la que el problema pudo haber provocado originalmente. Concentrarse en lo positivo, y enfocarse en la solución, permite encaminarse hacia la acción, posibilita tomar el control de las circunstancias y encontrar nuevas formas de salir avante, proporciona la ocasión de salir fortalecido emocional y físicamente, al luchar por la propia estabilidad y por recuperarse de cualquier embate que se presente en la vida.
Este tipo de desafíos, generan una auténtica confianza en uno mismo, y un incremento real de la propia autoestima, ya que es factible comprobar con evidencia la propia fuerza, y nos coloca en el reto de desarrollar nuevas aptitudes y habilidades que de otra manera no escogeríamos aprender.
Para ser parte de la solución es necesario renunciar a la fantasía de que los problemas desaparecerán si no se admiten, o que alguien más los vendrá a solucionar por nosotros. Asumir la responsabilidad y esforzarse por encontrar nuevas formas de conciliar un conflicto, o problemática, puede generar un sentimiento de valía persona, restableciendo la propia sensación de poder e integridad. Ser parte del problema, nos coloca en un papel pasivo, en un rol de víctima, que se siente avasallado por lo que le sucede, quién culpa a todos y a todo por lo que un obstaculo representa y quien se queda al margen de la situación naufragando entre la desesperación, la frustración y la impotencia. Si aceptamos que como seres humanos estamos expuestos a que ocurran eventualidades, cada embate que nos amenace, puede ser tomado como esa oportunidad que nos permite crecer, ser mejores, vencer la adversidad y salir con una experiencia de vida invaluable. Si no aceptamos que como seres humanos estamos expuestos a que nos aquejen los problemas, cada obstaculo representará para nosotros un castigo más, una injusticia más, una circunstancia que está especialmente diseñada para vencernos y actuaremos de acuerdo a esas expectativas en la vida. Así que cada uno decide, cada uno tiene la libertad de escoger su mejor herramienta, si una buena actitud y la firme convicción de salir avante, o el derrotismo, y una clara y pesada carga que nos revela lo hostil que es el mundo.
Este tipo de desafíos, generan una auténtica confianza en uno mismo, y un incremento real de la propia autoestima, ya que es factible comprobar con evidencia la propia fuerza, y nos coloca en el reto de desarrollar nuevas aptitudes y habilidades que de otra manera no escogeríamos aprender.
Para ser parte de la solución es necesario renunciar a la fantasía de que los problemas desaparecerán si no se admiten, o que alguien más los vendrá a solucionar por nosotros. Asumir la responsabilidad y esforzarse por encontrar nuevas formas de conciliar un conflicto, o problemática, puede generar un sentimiento de valía persona, restableciendo la propia sensación de poder e integridad. Ser parte del problema, nos coloca en un papel pasivo, en un rol de víctima, que se siente avasallado por lo que le sucede, quién culpa a todos y a todo por lo que un obstaculo representa y quien se queda al margen de la situación naufragando entre la desesperación, la frustración y la impotencia. Si aceptamos que como seres humanos estamos expuestos a que ocurran eventualidades, cada embate que nos amenace, puede ser tomado como esa oportunidad que nos permite crecer, ser mejores, vencer la adversidad y salir con una experiencia de vida invaluable. Si no aceptamos que como seres humanos estamos expuestos a que nos aquejen los problemas, cada obstaculo representará para nosotros un castigo más, una injusticia más, una circunstancia que está especialmente diseñada para vencernos y actuaremos de acuerdo a esas expectativas en la vida. Así que cada uno decide, cada uno tiene la libertad de escoger su mejor herramienta, si una buena actitud y la firme convicción de salir avante, o el derrotismo, y una clara y pesada carga que nos revela lo hostil que es el mundo.
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