Quejarse es algo propio del ser humano desde que nacemos al no poder hacerlo de forma verbal, nos quejamos a través de emitir un llanto que puede significar no solo incomodidad, sino una necesidad que el mismo bebé no puede satisfacer. Es así que la queja remite al grito más primitivo del ser humano, el estado de dependencia que un individuo sufre al momento de no ser capaz en la realidad de valerse por si mismo en el período de la infancia.
Sobre esta premisa la queja lastimera remite a no actuar, a ofrecer excusas para que la persona no desarrolle las habilidades que necesita y recurre a quejarse para evitar el esfuerzo de hacer algo por si mismo. Cuando nos quejamos hay muchos objetivos dentro del mismo quejido, entre ellos la tristeza que nos puede generar la incapacidad en la que nos sentimos atrapados, a su vez, también nos hace desviar la atención propia y de los demás, justificando nuestra falta de iniciativa, acción y fuerza para resolver lo que nos hace quejarnos.
El quejarse entonces, parece ir del lado de acomodarse en la incomodidad. Puede referirse a que la persona acepta que su situación actual es mejor que moverse de la misma, y se queja esperanzada en que algo o alguien le saque de esa situación para así realizar el menor esfuerzo de su parte. En esta acción hay una demanda, y es que alguien más le rescate de esa posición del desvalido, como una especie de conducta repetitiva de los estadíos infantiles en donde la madre se ocupaba de todas las necesidades de su bebe.
Quejarse implica, no buscar soluciones por nosotros mismos, movilizarnos a nuevas situaciones o lugares y una clara decisión, consciente o no, de no querer progresar.
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